En 2008, y por primera vez en la historia política de Paraguay, un partido le cedió a otro el control del gobierno por medios pacíficos y democráticos. El ex obispo Fernando Lugo ganó las elecciones apoyado en una alianza heterogénea y volátil, y asumió la presidencia en un contexto de escasa capacidad estatal y sin un marco de gobernabilidad medianamente consolidado.